FURTIVOS
Un espectáculo de mi amigo Walter Cammertoni.
Y de mucha otra gente a la que quiero y otra a la que no conozco, pero cuyos nombres se me escapan, por eso decido no mencionar específicamente a nadie.


PARA UBICARME

Al pararme frente a la posibilidad infinita que me ofrece un espectáculo artístico me ocurre el deseo de sorprenderme ubicado más en el lugar de un contemplador que en el de un espectador. Me pregunto el sentido del arte en esta sociedad a la que algunos pensadores hipercontemporáneos han definido como post humana, y aunque no tenga respuesta para esa pregunta, me aproximo desde lugares diferentes. Hay momentos, situaciones, hechos que operan sobre mí de manera inconsciente y me instalan en un lugar en el que creo estar conectando mi esencia con la esencialidad del Universo, en que mi vida palpita en la alegría de un descubrimiento y estalla en esta pequeña constelación personal, como imagino que aparece una estrella que todavía no hemos descubierto. Y esto me modifica, y esto modifica mi pensamiento, y esto modifica mi percepción del mundo y esto me conecta al todo. Desde ese lugar me siento más humano. Asqueado de consumir, aunque no quiera, la pornográfica cotidianeidad de la miseria que me lleva a ver el hambre o la muerte en vivo y en directo, cuando no la obscena exhibición del accionar policial o el de los médicos que implantan siliconas, empiezo a creer que el arte es tal cuando me da nuevos sentidos, cuando me modifica desde algún lugar donde queda definitivamente instalada una luz que no existía. Y en eso - me digo-, el arte sigue siendo revolucionario. Nos instala en un lugar tan fuera del sistema, que siembra en ese lugar la posibilidad de que el sistema sucumba. Si hubiera una militancia, sería la de permanecer allí y la de ganar adeptos. En el caso que hablo, ganar contempladores.

Me sorprendo a mí mismo reflexionando sobre estos temas como consecuencia de un hecho artístico y en esa sorpresa algo me dice que ando cerca. Walter Cammertoni dio a luz FURTIVOS, como creador, como coreógrafo, como director. Y si señalo esto de entrada es porque sería injusto olvidar que esa luz que han dado, es la de un equipo de gente que estuvo a la misma altura del director en el proceso y en el resultado.

FURTIVOS es un espectáculo que nos coloca, precisamente, en la posibilidad de que el sistema se caiga. Fluyen en él las pulsiones de vida y de muerte, con la seducción y el misterio de Eros y Thanatos. Con la invitación a celebrar, en una orgía dionisíaca, la profana santidad del amor que se nos escapa a cada rato, fluye la sangre, palpita la vida a borbotones en cada instante furtivo en el que se tiene la ilusión de construir lo eterno, al punto de no saber si la fuerza vital es la vida que vivimos o la que tendríamos que animarnos a vivir. Y se me hace, que lo eterno es el camino.


UN RECORRIDO A TRAVÉS DE FURTIVOS

Para provocar lo que provoca, el espectáculo recorre un camino, un relato no lineal que de entrada impide al espectador la comodidad de sentarse y ver que pasa, obligándolo al esfuerzo de buscar caminado los rincones en los que la ficción sucede o a desplazarse para no entorpecer la acción que se genera en escena. Una sucesión de cuadros, o momentos o de escenas, por intentar definirlos con un nombre, van configurando una mirada que no cuenta ninguna historia. La vida fluye en cada instante con códigos espaciales diferentes, de cerca, de lejos, a toda luz, veladamente, en el piso, en la escena, en las alturas, la vida sucede allí donde uno quiere verla. Y aquí aparece uno de los méritos del espectáculo, el espacio está usado como un elemento dramático, dramático en el sentido de la acción, forma una parte inseparable del discurso, por decirlo en forma más concreta, el espacio funciona también de modo furtivo.

La estructura dramática del espectáculo suma en la misma dirección. En la cuidadosa sucesión de momentos se va construyendo el climax, el orgasmo del espectáculo. La obra empieza arriba, en los techos, centrada en un pequeño punto, en el que un niño se recuesta en el hombro de un inspirado bandoneonista, al que le caen entre los dedos, las notas de una melodía nostálgica. Ya no me acuerdo yo, pero, ¿habrá sido esa la primera mirada que tenemos hacia la vida?.

Se presentan los cuerpos, se preanuncia la fiesta. La fría luz blancuzca que los baña mientras se descubren a sí mismos se tiñe poco a poco de rojo, invitando a atravesar las carnes, a conectar con la sangre que los anima. Y luego se anuncia lo prohibido, las caras veladas, la muerte de lo posible, el casi religioso ritual de la prohibición, del amor que fenece en la ausencia de la carne. Y luego la alegría de lo profano, la algarabía de las mujeres andaluzas que aceleran su gitanía invitando a festejar la vida, la que venga. Espacialmente pasamos del techo, a tarimas elevadas y finalmente al suelo. Visualmente pasamos de lo nostálgico y lejano, a lo vital e inmediato. De lo oscuro, de los negros, a los rojos, a la sangre; una mixtura permanente en la metáfora visual.

Y es en esta estructura donde se va desplegando el espectáculo en una sucesión de momentos que se acercan más o menos a los mismos temas, pero desde una mirada cada vez distinta, más intensa, desde otra perspectiva.

Otra vez el cuerpo crudo, en la desnudez festiva, en la crudeza blanca, en la pureza que debe corromperse, que debe abrirse, que debe entregarse a la fiesta de lo impuro, aunque todavía tengamos la ilusión de lo imposible. Y desde allí al encuentro festivo a la confluencia esperada, al primer estallido, a esta entrega furiosa y anhelante, a esta seducción primera, a esta primavera que se hará verano en el fuego de los amantes, a esta condición de macho y hembra que se encuentran por fin por vez primera. Ella desde la gracia provocadora del flamenco, desde el desenfado ancestral de la mujer morena, él desde el natural salvajismo del fauno que se impone en su malambo, ella vuela, él amenaza con su fuerza. Ella estira el momento de la entrega, el promete la gozosa arremetida de su hombría. Todo es tan coherente que ese momento me ha llevado a pensar que deben ser una gitana y un gaucho los que inventaron la zamba. Y nosotros, espectadores, embelesados desde abajo, mirando a través de un velo, observadores cotidianos de una realidad que invita a ser vivida. Más al fondo, adentro, en la soledad de una habitación en penumbras, la niña que se prepara, reflejada en una imagen de sí misma. Es tan fuerte la fuerza de la imagen que, desde este subjetivo punto de vista, considero innecesaria la inclusión de un texto en ese momento del espectáculo.

Y, como en un sueño que tiene una lógica que no puede develar la vigilia, pasamos al encuentro de estos cuerpos que buscan un encuentro mítico, el que remite al hombre de los toros, al matador por naturaleza, al supuesto conocedor del placer del encuentro entre Eros y Thanatos en el ruedo y ella, la deseosa, la hembra ardiente capaz de transformar el abanico que porta, según las necesidades de frescura y calma. Y otra vez las pulsiones y el deseo irrefrenable que nos devuelve a la vida. Y desde allí, con la misma lógica de antes a un encuentro furtivo, esta vez de hombre citadino y dos mujeres, este rincón en el que se escapan nuevamente los deseos. Desde sus lugares como personas-personajes, desde sus lugares como artistas-bailarines, cada uno busca desde los suyo y trata de sintonizar con el otro, ¿en una búsqueda narcisista por querer gustar? La imagen remite a algún rinconcito pequeño de algún lugar que cada uno guarda en algún lugar de sí mismo, donde alguna vez quisimos ser los primeros.

Y en una apertura espacial en todos los sentidos, la atención salta a lo lejos y hacia arriba. La sensación de encierro muta abruptamente hacia la de libertad, allá en los aires dos cuerpos se desplazan. Se buscan, se caminan. El logro visual de este momento es tan impactante que por momentos, uno no sabe si está viendo a dos acróbatas buceando en el aire para ahondar en profundidades que no existen o ha sido transformado como contemplador, y es uno el que se encuentra en el aire, observando desde arriba a dos seres solitarios que deambulan en la frialdad de un camino adoquinado. De lo que no quedan dudas, una vez más, es que no se encuentran.

A darse vuelta, como si me encontrara en el espacio onírico con mi abuelita fallecida vestida de astronauta, con la lógica propia que tiene el espectáculo, la voz de una soprano va goteando al “toctocqueo”, sobre el inútil esfuerzo de sostener lo que se ha hecho para un instante. Ella y él lo intentan, pero no pueden, a lo mejor ya ni recuerdan si es posible. También el amor es furtivo.

Pero la alegría es posible, las mujeres empiezan a buscarla, despacito, lentamente, pero estalla en una fuerza impúdica acompañadas por las gitanas que volvieron a festejar la vida que no cesa, preanunciando ese final de orgía, de ilusión visceral de permanencia, para que un niño, con la pureza incontaminada de la mirada que todavía no conoce, nos recuerda que el amor no dura y que las cosas se olvidan, que todo se olvida. Pero que siga la vida.

Canto a la vida, celebración del suceder, aunque después se olvide la cara, queda la huella en la carne y en el alma, que fluya la fiesta, que en esta espantosa espera de la muerte del amor, o de la amistad, o del prójimo, o de nuestra efímera carne; celebremos el instante furtivo en que la eternidad nos queda impregnada en el recóndito lugar de una ilusión que clama. Que sea con vida, que sea con sangre, que ya vendrá Puck a bendecirnos, ese fiestero duende que nos regala Shakespeare desde su Sueño de una noche de verano.


HAY UN PROCESO PARA QUE UNO RECIBA ESTO DE ESTA MANERA

Es el que recorrieron los artistas que lo concibieron, lo realizaron y lo presentaron.

No soy un especialista del movimiento, y dejo esto a quienes quieran hablar técnicamente: pero la fusión de lo moderno, lo folklórico en el malambo y lo español en lo flamenco, generaron en mí curiosidades que ignoraba. Esta síntesis la observo en varias direcciones. Las fuerzas que transmiten son distintas y en su confrontación se plasman en una nueva. Esto ocurre muchas veces. Ya me he referido, por ejemplo al primer encuentro entre malambo y flamenco. Sea cual sea el camino por el que se llegó a esa escena, lo cierto es que hasta el lugar elegido cobra una dimensión especial. Los bailarines bailan sobre dos tarimas separadas por un viejo aljibe, que se me presentó en el momento de verlo, como una síntesis cultural de dos arquitecturas, además, la del patio español y la del pozo de agua de las casas del campo argentino. El trío ciudadano al que también hice ya referencia es otro de esos momentos de fusión exquisita en los que buscan cada uno incursionar en lo que mejor sabe el otro, los tres entran en lo flamenco, en lo malámbico y en lo moderno. El estallido final es también desde la danza una invitación a la orgía, a la ruptura de moldes y de modelos que deberían adoptarse para animarse a fundir estilos, que los contempladores recibimos con profundo regocijo. En el medio, las escenas más orientadas hacia uno u otro lugar de la danza, van dejando momentos imperdibles y de un valor que al menos a mí, me deja temblores.

La música en vivo, no es sólo un elemento de fuerza especial para cualquier espectáculo, tiene en éste una contundencia que altera los sentidos. Todos, sin excepción, dan sustento esencial a FURTIVOS; me parece, de todos modos, que la percusión se lleva dos ramitas más de laureles.

El tratamiento visual de FURTIVOS, sigue sumando a su excelencia. Confluyen a ello varios elementos: la concepción espacial, el vestuario, la iluminación y el trabajo multimedia. Dije algo de cómo funciona el espacio en el sentido dramático del espectáculo, es parte de su trama, no es el lugar en el que se desarrolla la acción, es una metáfora en la que la ilusión se materializa. Se suma el vestuario, con tres colores dominantes, los blancos, los negros y los rojos, además de las tendencias flamencas, gauchescas o contemporáneas. La confrontación espacial de esos colores genera vida propia. La escena de la mujer con el torso desnudo, con su pollera blanca llena de volados, abre un clima de pureza e irrealidad que estalla en la escena inmediata, cuando el negro y rojo del malambo y del flamenco conectan nuestro inconsciente con un momento nuevo y distinto. De todos modos, obviamente, nada funciona aisladamente. Acá se suma la percusión y la iluminación. Los claros colores que impregnan lo contemporáneo creo que conectan al contemplador con momentos donde la reflexión invita a serenar las pasiones, a que no haya espacio para la catarsis.

La cuidadosa iluminación se combina con el tratamiento multimedia (video y fotografías). Es interesantísimo el funcionamiento del registro lumínico, esto funciona muy bien desde el comienzo. Las primeras imágenes iluminadas a frío, toman gradualmente una coloración al rojo que preanuncia el tema de la obra de un modo tan natural, que despeja cualquier duda de efectismo en este tema. Este cuidado se reitera a lo largo de todo el espectáculo. La luz, iluminando el espíritu, se integra al nudo dramático, a la acción. En este aspecto me parece interesante destacar los tratamientos marcadamente diferentes que tienen, en lo lumínico, las escenas en las que presenta el niño y la escena que se realiza en el aire. Para reafirmar lo que dije unas líneas más arriba, creo que son escenas que remiten a una realidad diferente, por su contenido y por su tratamiento. El trabajo multimedia, además de cuidadoso, suma con absoluta coherencia. El video rojo que da fondo a la joven vestida de blanco, invita al estallido de los sentidos más carnales a lo más sano de los “bajos instintos”, me ha llevado a intuir los deseos inconfesables de esa mujer que no habla. Poco después, es interesante el funcionamiento del video como un desdoblamiento de la imagen viva, una repetición no reiterada de lo que estamos viendo. Por analogía con el tratamiento anterior, pareciera también contactarnos con otro tipo de deseos del personaje.

Y queda el cuerpo artístico, el que pone visiblemente para el contemplador, su cuerpo vivo durante el espectáculo. No soy un hombre de la danza, ya lo dije, y me resultaría de una soberbia pedantería comentar sobre el movimiento más de lo que hice. Pero esta gente pone sus pasiones al servicio del espectáculo, la minuciosidad de sus gestos, la iluminación de sus rostros, la expresividad de sus cuerpos, la precisión de sus movimientos, pone en evidencia exterior, por lo que vemos y percibimos, la seriedad del trabajo para mover semejante caudal expresivo, la entrega sin atenuantes en cada instante de la obra, dan la vida, son artistas, gracias.

Un párrafo especial, espero no olvidarme de nadie, para dos presencias que se acercan desde la actuación. El niño, un ángel con una voz maravillosa, que a mí me conecta con aquél niño que escondo a lo largo de tantos años, y que seguramente es el dueño atesorador de mi escasa sabiduría y esta presencia femenina de una señora mayor quien envuelta en este concierto FURTIVO, se calma para desafiarnos a sentir, a no tratar de entender nada, siempre estamos a tiempo de todo.


A MODO DE SÍNTESIS

FURTIVOS es un espectáculo muy cercano de la danza, que pega con una sinceridad demoledora, sobre los fantasmas de la vida y de la muerte. Es un espectáculo de un marcado erotismo, de una vertiginosa voluptuosidad que enrarece los sentidos con natural desprejuicio. El tema del amor que escapa, de la imposibilidad de sostenerlo, es un tema muy caro a Walter Cammertoni y defiendo su derecho a abordarlo desde todos los lugares que quiera y a desafiarnos a ser sus exegetas en ese terreno. Las distancias corren por mi cuenta, pero Fellini o Bergman se pasaron haciendo arte hablando de sus fantasmas. FURTIVOS es un espectáculo que desprende carne para desafiar el alma, un espectáculo que decididamente me transforma, me hace distinto del hombre que habitaba en mí antes de vivirlo, me conecta con lo más oculto de mi propia poesía, me hace un ser más comprometido como artista al obligarme a explorar mis propios caminos en la creación, me invita a hacer el amor con frenesí expiando en mi delirio las culpas del pecado. Me pasa pocas veces, pero en lugares así, me encuentro con el ARTE.